Ciudades españolas y francesas unidas por trenes que circulan a 300 km/h, en un viaje para disfrutar de las campiñas a través de los enormes ventanales sin ruidos ni demoras, alcanzando pueblos únicos e inigualables y hasta con la posibilidad de ducharse durante los tramos más largos…
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Sin demoras, el tren se pone en marcha. Las ventanas son amplias, generosas. No es cuestión de perderse detalle del paisaje. Pero, aún antes de que terminemos de acomodarnos, una simpática azafata nos ofrecerá pañuelos tibios y húmedos para higienizarnos las manos, y poco después, diarios y revistas para todos los gustos.
Estos son solo algunos de los mimos que ofrece la primera clase, incluidos almuerzo, cena y merienda. También cerca de las 10, puede ser servido un desayuno, con café, gaseosas, facturas, tortilla, frutas frescas, yogur o una copa de vino. Lo que se dice, todo un lujo, y para nosotros, turistas argentinos, un mundo sacado del mejor surrealismo italiano, aunque, para que no se enojen, sabemos bien que estamos en España.
Recién dejada atrás la estación de Atocha, una estación que desde el vamos nos resultó sorprendente con su inmenso patio cubierto de plantas y enormes palmeras, que nos da una grata bienvenida a puro verde. Desde allí, el AVE (Alta Velocidad Española) nos dejará en Tarragona, distante unos 424 kilómetros. La pintoresca ciudad del Mediterráneo, que alguna vez supo ser la capital provincial del Imperio Romano.
Y el tema de la alta velocidad parece que va en serio: por momentos llegamos a circular a 300 km/h. Eso sí, sin la más mínima vibración: tazas y copas, bien gracias por preguntar, ni siquiera tenemos que preocuparnos por su expectativa de vida. ¿Y, los pasajeros? Mejor todavía, notamos que se trata de un mix conformado por turistas y ejecutivos, los que ni bien se deja Madrid conectan presurosos sus portátiles al Wi-Fi, gratuito, veloz y sin pausas, al igual que en casi todos los trenes europeos.
Llegando a Zaragoza a poco de dejar el tren, nos sorprendemos al ver a dos ejecutivos acercando los zapatos a unos rodillos que giran sin parar sacándole más brillo aún a un calzado que reluce por donde se lo mire.
La estación Camps de Tarragona nos recibe en el mediodía mediterráneo y el tramo de 11 kilómetros que la separan de la ciudad turística, que está tratando de posicionar su enorme Patrimonio Cultural e Histórico dejado por el paso de los romanos, el chofer del taxi nos aporta algunos datos que desconocíamos y nos vienen bien como apunte de color. “Si por algún motivo el tren llegara a demorarse 15 minutos, nos sería devuelta la mitad del importe del pasaje y si está demora, llegara a los 30 minutos, el reintegro es por el total”. Orgulloso y como sacando pecho, nos hace saber que esto rara vez ocurre, el AVE es realmente puntual. Para nosotros, típicos turistas argentinos, si pensamos en nuestros trenes nos resulta una absoluta utopía.